La alquimia es una doctrina que abarca numerosos campos del pensamiento: Es, por un lado, 
                una práctica protocientífica, madre de la ciencia química; por otro, es el conjunto de experimentos 
                de carácter filosófico y esotérico que comprende la astrología, la metalurgia, la física y la 
                medicina. También llega a incluir en su base al arte y al espiritualismo. De manera sencilla, 
                consiste en transformar una materia o una sustancia en otra distinta.
                De más de 2500 años de antigüedad, la
                alquimia 
                ha sido practicada en multitud de civilizaciones, desde la egipcia y mesopotámica hasta la china, 
                pasando por la India y por el Imperio Romano.
                En la mitología griega, se atribuye su creación al dios Hermes —Mercurio en 
                Roma—, deidad de los mensajeros, del ingenio y el comercio y de la astucia. La fusión sincrética de 
                éste con el dios egipcio Thot, dios de la sabiduría, los hechizos, la música y la escritura, es 
                llamada Hermes Trismegisto, «Hermes, el tres veces grande» (llamado así porque se decía que conocía 
                las tres partes de la sabiduría del universo: la
                astrología, 
                la alquimia y la teúrgia), y era considerado el creador de la Tabla de Esmeralda, el texto 
                que revela el secreto de las transmutaciones en la alquimia.
                De este personaje deriva la tradición filosófica del hermetismo, base del 
                esoterismo occidental. Cobró mucha importancia durante la época renacentista y la Reforma 
                protestante. A grandes rasgos, el pensamiento del hermetismo indica que existe una única teología 
                verdadera, que es igual en todas las religiones y fue revelada por Dios desde la Antigüedad. Se 
                entiende desde esta tradición, que el conocimiento supremo le llega al hombre únicamente a partir 
                de Dios. Entre los muchos autores que siguieron esta línea de pensamiento en algunos de sus 
                trabajos, destaca Isaac Newton.
                El objetivo último de la alquimia era la perfección. Y ésta sólo podía 
                conseguirse siguiendo la transmutación más perfecta que describía la «Tabla de Esmeralda»: 
                La Gran Obra o la piedra filosofal. Esta piedra legendaria, según decían, era capaz de 
                convertir cualquier metal en oro y en plata. Asimismo, se consideraba el
                elixir de la vida, 
                el secreto de la inmortalidad. También, entre otras muchas propiedades mágicas, se decía que podía 
                curar cualquier enfermedad, generar diamantes a partir de piedras vulgares o crear lámparas 
                ardientes que no se apagan nunca.
                El mito de su existencia es relacionado muchas veces con la Biblia, 
                considerándose la causa de la longevidad de los patriarcas. No obstante, ya desde los inicios de la 
                filosofía griega aparecen conceptos que los alquimistas acabarían relacionando con esta piedra. Se 
                dice que el famoso alquimista francés Nicolas Flamel fue capaz de encontrar la fórmula correcta 
                para hallar la Piedra Filosofal y, con ella, el secreto de la inmortalidad. De la misma 
                forma, uno de los personajes más llamativos de la medicina en el Renacimiento, Paracelso —quien dio 
                nombre al zinc—, se hizo conocido en el mundo de la alquimia, supuestamente, por haber sido capaz 
                de transmutar el plomo, convirtiéndolo en oro.
                La historia de la alquimia sigue siendo un objeto de estudio muy amplio. Son 
                muchos los historiadores dedicados a investigar los textos de los antiguos alquimistas, 
                descubriendo las conexiones existentes entre esta práctica y otros campos de conocimiento, como la 
                psicología, el espiritualismo y la
                brujería.
                Tampoco se puede olvidar que de la alquimia, una vez dejado atrás el pensamiento 
                del hermetismo, nace la ciencia moderna. De hecho, fue considerada una verdadera ciencia hasta el 
                siglo XVII. Además, el simbolismo de la alquimia sigue siendo utilizado durante el siglo XX por 
                algunos psicólogos y filósofos, que supieron descubrir la importancia del lado espiritual de los 
                trabajos alquímicos. Es más, el psiquiatra Carl Jung llegó a considerar a la alquimia como una 
                especie de yoga y un medio para la individuación.
                La alquimia actual ha dejado a un lado el carácter pseudocientífico y mágico de 
                antaño y se ha centrado más en su sentido metafísico, donde lo que prima es el desarrollo interior 
                del ser humano. Éste se consigue adquiriendo una mente y un espíritu fuertes, entrenando nuestros 
                pensamientos para crear las circunstancias más favorables. Esta rama de la alquimia considera que 
                todos nuestros pensamientos están vivos, irradian una energía inteligente que influye en las 
                circunstancias que nos rodean. Por tanto, cuantos más pensamientos positivos tengamos, mejor será 
                nuestra situación emocional, física y nuestras relaciones, tanto con otras personas como con 
                nuestro entorno.
                Esta vertiente moderna es defendida y demostrada por la medicina 
                neurocientífica, donde destacan las investigaciones de Giacomo Rizzolatti. El neurobiólogo italiano 
                descubrió las neuronas espejo, responsables de la empatía. Así, se demuestra, como dice la 
                alquimia, que la empatía se localiza en el cerebro. De este modo, como indica la alquimia de 
                nuestros días, los pensamientos poseen un gran poder empático que influyen en nuestro entorno, en 
                las enfermedades, en la intención de las personas que nos rodean y su actitud.
                Con ello, la alquimia del siglo XXI estaría más relacionada con la 
                autosugestión y la meditación. El poder del pensamiento nos llevaría, por ejemplo, a generar un 
                ambiente armónico si pensamos en el amor, o al optimismo y las ganas de superación si pensamos en 
                personas —o seres— por encima de nosotros.